miércoles, 7 de marzo de 2012

Un libro que es un cerebro


por Martín Bonfil Olivera

Reseña del libro Gödel, Escher, Bach, una eterna trenza dorada,
de Douglas R. Hofstadter 

México, Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, 1982,
traducción de Mario Arnaldo Usabiaga Brandizzi
(nueva edición: Gödel, Escher, Bach, un Eterno y Grácil Bucle, Douglas R. Hofstadter, Barcelona, Tusquets, 1987,
traducción de Mario A. Usabiaga
y Alejandro López Rousseau). 

(Publicado originalmente en el suplemento de libros Hoja por hoja,  núm. 121, junio de 2007)



Durante diez años guardé un ejemplar de un libro, esperando conocer a alguien que pudiera apreciarlo debidamente. Se trataba de Gödel, Escher, Bach, una eterna trenza dorada, de Douglas F. Hofstadter (en la traducción original del Conacyt, hoy sustituida por la versión española de Tusquets).

La persona llegó, y aunque no sé si finalmente lo leyó, no me arrepiento: pude regalarle lo que considero uno de los libros más maravillosos y estimulantes jamás escritos. Probablemente también uno de los más reveladores.

Tratar de justificar las aseveraciones anteriores sería inútil. Una de las características de la obra maestra de Hofstadter (ganadora del premio Pulitzer en 1980 –la edición original en inglés apareció en 1979 y, claro, nunca superada por su autor) es su barroca riqueza y complejidad.

¿De qué trata GEB (como lo llaman sus fans)? Por supuesto, de la música perfecta de Johann Sebastián Bach, los intrigantes grabados de Maurits C. Escher y el enloquecedor teorema de Kurt Gödel, que puso de cabeza a la comunidad matemática. Pero también, según la Wikipedia, de metamatemática, simetría, inteligencia artificial, sistemas formales, computación, paradojas, budismo zen, genética, biología molecular, lógica, teoría de números, sintaxis, cerebro, mente y cognición, semántica, libre albedrío y determinismo, holismo y reduccionismo, lenguajes de programación, isomorfismos y significado, traducción, forma y fondo, contrapunto, semiótica, códigos, autorreferencia, recursión, auto-organización, y conciencia. Entre otros temas, añado yo.

Frente a semejante avalancha de contenidos -con la que, no obstante, Hofstadter logra tejer una fascinante red de interrelaciones múltiples que mantiene siempre su unidad (logro magistral comparable a una fuga a seis voces de Bach)-, no es extraño que el propio autor tenga dificultades para describir de qué se trata en realidad su libro. Pero en el prólogo a la edición de vigésimo aniversario revela haber descubierto que el verdadero tema medular del libro es la conciencia.

O más precisamente, lo que muchos consideran la pregunta última acerca de la conciencia: ¿qué proceso hace posible que un cerebro hecho de neuronas sea capaz de generar no sólo la mente, sino el yo, la sensación de autoconciencia que permite a Descartes –y a todos nosotros- decir “pienso, luego existo”? ¿Cómo puede el cerebro generar el alma?

Para llegar a su respuesta es que Hofstadter recurre a tan intrincada red de conceptos, comparable sólo con la que forma un cerebro humano. A través de uno de los temas recurrentes del libro –los sistemas con varios niveles y su potencial para dar origen a fenómenos emergentes-, propone el concepto de “bucles extraños” (dos ejemplos sencillos son la paradoja del griego Epiménides, “todos los griegos son mentirosos”, o el par de manos del famoso grabado de Escher, que se dibujan mutuamente).

La idea de los bucles extraños, aunque poderosa, es compleja y todavía no es popular. Para mostrar su potencial, baste decir que el filósofo Daniel Dennett ha construido una teoría formal y esencialmente completa de la conciencia basada en ella. Por su parte, Hofstadter acaba de publicar I am a strange loop (“Soy un bucle extraño”) para profundizar y aclarar el concepto.

Leí GEB en los años ochenta, cuando estudiaba la licenciatura. Lo descubrí casualmente en El Parnaso de Coyoacán. Me atrajeron las pinturas de Magritte que contiene. Me sedujo su estructura en capítulos alternados con ingeniosísimos –y casi intraducibles, por su riqueza– diálogos entre la Tortuga y Aquiles. Me atrapó a pesar de su complejidad, de los ejercicios matemáticos que el autor propone al lector, de sus casi mil páginas. Hoy, veintitantos años después, confirmo que ha sido uno de los libros que han cambiado mi forma de ver el mundo. Compartirlo es difícil, pero vale la pena intentarlo. Ojalá aquel ejemplar, comprado en una librería de viejo y regalado de corazón, enriquezca otra vida.