viernes, 17 de mayo de 2013

Reflexiones en el día contra la homofobia

(otro post rescatado de Facebook; los pueden buscar usando la etiqueta "Facebook")

Hoy es el día mundial contra la homofobia y contra todos los odios por motivos de orientación sexual. Por favor quítense esos miedos irracionales. Vivan y dejen vivir.

Ofrezco algunos puntos para entender mejor (ojo no son definiciones, sólo características puntuales):

Homofobia (y lesbofobia): los homosexuales (o lesbianas) son enfermos o personas que actúan en forma antinatural.

Bi-fobia: Los bisexuales "no existen", son sólo personas confundidas, que todavía no saben lo que quieren. O en todo caso son homosexuales que todavía no se atreven a reconocerlo.

Trans-fobia: los transexuales son personas muy enfermas, sentir que pertenecen al sexo opuesto al de su cuerpo es un estado de enfermedad mental. Además, un transexual, por ejemplo de hombre a mujer, es un hombre que se operó para ser mujer. No. Es una mujer. Otro: un transexual es un homosexual. No: en realidad sería un heterosexual, aunque a muchos nos pueda parecer sorprendente.

viernes, 5 de abril de 2013

Rescatando de Facebook

He decidido, mientras encuentro otra manera mejor de hacerlo, rescatar algunas de las cosas que pongo en Facebook, porque ahí las cosas son demasiado pasajeras, se pierden en la corriente diaria del exceso de información... y creo que hay cosas a las que vale la pena tener acceso posteriormente, no sólo de momento. Así que las copiaré aquí con la etiqueta "Facebook", pueden buscarlas con esa etiqueta para verlas.

La primera: un artículo que me interesó, sobre la influencia de las tecnologías de la información sobre la escritura:

¡Interesante!
"El fin de la escritura", por Antulio Sánchez
http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9176919


miércoles, 23 de enero de 2013

Publicar o vivir

Recupero este pequeño relato, producto de un taller de narrativa,
y que fue publicado en el suplemento Lunes en la ciencia
del diario La Jornada (México),
11 de noviembre de 1999

No me decido. Me da miedo. Todo mundo me dice que ya no debería perder más tiempo, pero no estoy seguro.

La verdad es que mis datos son bastante sólidos. Los experimentos estuvieron bien planeados y realizados, salieron como esperaba y en general nadie les pondría ningún pero a mis resultados. Si los mandara a cualquier revista, los publicarían.

Pero no acabo de estar seguro. Porque sé que debí hacer el otro experimento. Si no lo hago yo, tarde o temprano a alguien más se le ocurrirá que puede haber otra explicación para el fenómeno, y hará el experimento decisivo. Y yo quisiera publicar un trabajo completo, redondo, no un fragmento de investigación al que sé que le faltan partes.

¿Por qué no me habrá tocado vivir en la época de los fundadores de la biología molecular? Gente como Jacob y Monod, por ejemplo. Ellos no publicaban un experimento cualquiera. No les preocupaba ganar la carrera contra sus rivales científicos. Podían aguardar durante dos, tres o cinco años, hasta haber realizado toda la serie de experimentos que dieran validez a sus hipótesis. Hasta tener un caso a prueba de objeciones. Cualquier otra cosa se hubiera considerado mala ciencia. Me hubiera gustado trabajar como ellos.

Pero hoy el espíritu parece ser el opuesto. Un espíritu mercenario. Exactamente como dice mi tutor: “publica ya esos datos, ¿qué no ves que cuando los quieras mandar a una revista alguien ya te puede haber comido el mandado? Además, yo tengo que renovar mi beca del Sistema Nacional de Investigadores, y no tengo suficientes publicaciones. Si no te pones a escribir esta semana, voy a redactar yo el artículo”.

¡Cómo me molesta! No entiende mi angustia al pensar que a lo mejor el otro experimento, el que no he hecho, da al traste con nuestras hipótesis. “No importa”, dice, “luego hacemos el otro experimento. Mientras, ya tendremos un paper más en nuestro curriculum”.

“¿Y qué pasa si el otro experimento invalida lo que publicamos? ¿Qué hacemos entonces?”, le pregunté. Hizo como que no me había oído. Pero a mí la duda me angustia y no me decido, no me decido.

¿Por qué tengo que ser tan preocupón? Mis compañeros del doctorado no se andan fijando en estas minucias. Uno de ellos, el otro día, me preguntó si podía incluir algunos de mis datos en su próximo artículo. Cuando le pregunté por qué quería incluirlos, sólo dijo que si yo no los usaba, a él le vendrían de maravilla para complementar su escrito. ¡Qué cinismo! Y eso que mis datos, estrictamente, no tienen nada que ver con lo que él está investigando. Pero claro, lo que a él le importa no es la coherencia de los argumentos, lo sólido de la investigación, sino el saber que su artículo será publicado, que podrá incluirlo en su curriculum, que se convertirá en dinero a través de los estímulos para la investigación. Por cierto, le dije que no. Pero sigo sin decidirme a publicar.

¿Qué pasaría si simplemente me negara a escribir el artículo? Al menos hasta tener la confirmación del otro experimento. Mi tutor no me puede obligar, aunque sí lo creo capaz de escribirlo él y mandarlo si yo no lo hago. Seguramente pondría mi nombre, pero lo que a él le importa es que aparezca el suyo. A pesar de que la idea del experimento es mía, de que yo averigüé el método más adecuado para realizarlo, de que yo hice todo el trabajo prácticamente solo, sin ayuda de nadie. Ni tan siquiera con su asesoría, porque él no entiende las técnicas que usé. Como la mayoría de sus colegas, mi tutor es uno de esos científicos superespecializados. Tuve que asesorarme con un investigador de otro instituto, experto en las técnicas necesarias, al que seguramente daremos un agradecimiento en la publicación (los agradecimientos también cuentan, también son puntos, también son dinero...).

Pero, ¿y si simplemente no publicara? ¿Si me esperara los seis u ocho meses que me llevará planear, preparar y realizar el otro experimento? ¡Qué satisfacción sería publicar un trabajo en el que todos los huecos estuvieran cubiertos, en el que no hubiera duda de la solidez de los resultados!

No, no puedo... aunque me dé coraje reconocerlo, dependo de la aprobación de mi tutor. Si me enfrento a él, si no lo obedezco, puedo perder mi beca. Ya ha pasado el tiempo establecido para obtener el doctorado, y sólo con su apoyo podré conseguir una prórroga.

Tal vez lo mejor sea no buscarme problemas... total, ¿qué importa ceder un poco? Ahora lo más importante es obtener el grado. Cuando sea doctor, cuando tenga mi propio laboratorio y mi grupo de investigación, podré atenerme a mis propios estándares. Podré hacer investigación como debe hacerse. Podré esperarme y no publicar hasta que mis trabajos estén listos.

Aunque, ¿quién sabe? Tal vez la calidad no siempre es tan importante... Para entonces ya me habré casado, tendré hijos, coche y tal vez hasta una casa. El dinero extra de una beca del sni me será muy necesario... y entre más publicaciones tenga, más fácil será obtenerlo. Después de todo, creo que mi tutor no anda tan equivocado...