Palabras pronunciadas en el homenaje a mi madre, Alicia Olivera Sedano,
en la inauguración del las XXXIV Jornadas de Historia de Occidente,
Centro de Estudios de la Revolución Mexicana Lázaro Cárdenas, A. C. ,
25 de octubre de 2012
en la inauguración del las XXXIV Jornadas de Historia de Occidente,
Centro de Estudios de la Revolución Mexicana Lázaro Cárdenas, A. C. ,
25 de octubre de 2012
Antes que nada quiero agradecer a Luis Prieto, al Centro de Estudios sobre la Revolución Mexicana Lázaro Cárdenas, y todos quienes organizan este evento, el privilegio de decir unas palabras en memoria de mi madre.
En mi recuerdos más tempranos, mi madre –mi mamá– tenía siempre un chongo y sus ojos maquillados en forma alargada, lo que le daba un aspecto achinado. Años después supe que ese estilo lo conservó desde su época de bailarina en el Ballet Folklórico de Amalia Hernández. ¡Tantos recuerdos de los que podría uno hablar!
Tal vez no sea éste el espacio para centrarme en la excelente, cariñosa madre que fue para mi hermana Alicia y para mí (y también para mis medios hermanos Chelo y Ramón, quienes con su partida también perdieron a una madre). No resisto mencionar, al menos, que Alicia y yo tuvimos la bendición de tener dos excelentes padres (aprovecho para decírselo a mi querido papá, aquí presente). Padres que siempre cumplieron con creces todas sus obligaciones (y no me refiero sólo a las materiales, obviamente). Padres que nos dieron cariño, casa, juegos, paseos (no puedo dejar de recordar la previsión y el orden de mi mamá en esos viajes, donde siempre tenía a la mano todo lo que se pudiera ofrecer, desde un sándwich para el viaje o un bocado para el antojo nocturno, hasta el neceser que permitía curar un raspón o aliviar una piel quemada por el sol. Mi madre, siempre metódica, lista y preparada para todo.)
Lo curioso es que, durante mi niñez y adolescencia, nunca fui consciente de la intensa y constante dedicación que mi madre tuvo a su profesión. Recuerdo, sí que, luego de enviarnos a la escuela, iba a trabajar todas las mañanas (al Museo de Antropología, al Castillo de Chapultepec…). Regresaba siempre a tiempo para darnos de comer, y pasaba la tarde ocupándose de nosotros, hasta que llegaba nuestra hora de dormir. No tengo ningún recuerdo de ella sentada trabajando en casa. Y sin embargo, debe haber sido durante esos años que produjo todos esos libros e investigaciones que luego tanto reconocimiento le merecieron. Me la imagino, ahora, trabajando por la noche, luego de acostarnos, quizá ocasionalmente desvelándose, para lograr tanta productividad.
Probablemente lo que pasa es que nadie es una sola persona: todos encarnamos a varias personas en una. Alicia Olivera Sedano fue la hija cariñosa de mi abuelo, el Dr. Juan Olivera López, y apoyo de su vejez; madre cariñosa para mi y mis hermanos, como ya dije; la admirada y severa tía Lilí de mis primos; la esposa dedicada de mi padre; la investigadora destacada y, lo veo aquí, querida por sus compañeros.
Más allá de su legado como historiadora, que probablemente esté más en la mente y los corazones de ustedes, sus amigos y colegas, que en los documentos, quizá la mejor muestra de su generosidad queda en la vida y la carrera profesional de mi hermana y de mí mismo. Si pude estudiar una carrera y dedicarme a lo que más me gusta –escribir de ciencia; con su muerte pierdo a mi lectora más incondicional– fue, en gran parte gracias a ella. (Mi primer estímulo en ese camino fue, curiosamente, ganar el concurso de composición a la madre en tercero de primaria… recuerdo su cara de orgullo.) Si mi hermana Alicia es una arqueóloga hecha y derecha, que participa en excavaciones de gran interés –últimamente está coqueteando con la paleontología– y ha criado a un joven serio, responsable e inteligente que sin duda será un hombre de bien –Luis Alberto era la alegría de sus últimos años– fue también gracias a su influencia (por supuesto, junto con la de nuestro querido padre).
Mi corazón se alegra de pensar que tuvo tiempo de cosechar: todos los homenajes que merecía los recibió en vida. El emeritazgo por el INAH, en el 2000; su reconocimiento como pionera latinoamericana de la historia oral, en un congreso en Guadalajara, en 2008; el emotivo homenaje titulado “Abriendo caminos”, en la Dirección de Estudios Históricos, y el Premio “José C. Valadés” del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, ambos en 2009… Y estoy segura de que si estuviera aquí, estaría agradeciéndoles conmovida que piensen en ella y la recuerden con cariño. Se los agradezco de corazón a nombre mío, de mi hermana y de mi padre.
Muchas, muchas, gracias.